23 de septiembre de 2010

¨º*ºMade up my mindº*º¨














A la vista de su diversidad de posibilidades, la definición de diseño gráfico va unida, necesariamente, a prácticas como la publicidad, la propaganda, la decoración o la edición de libros y demás publicaciones.

Justamente de ese conjunto de materias que alimentan el diseño gráfico surgen los equívocos a la hora de fijar su ámbito. El diseñador puede elaborar una portada de una revista, pero también idear los títulos de crédito de una película o el logotipo de una empresa.
En líneas generales, cabe considerar al diseño gráfico como un medio de expresar conceptos mediante formas o palabras impresas. No obstante, es ésta una definición general, quizá en exceso, que no revela todas las presencias existentes en esta práctica.

A pesar del empeño de muchos tratadistas por convertir al diseño en una actividad tan antigua como la civilización, entiendo que no nace hasta el  XIX, cuando las prácticas publicitarias han perfeccionado sus medios y las artes aplicadas han solucionado su viabilidad comercial.

Si no atendemos a ese criterio, el diseño gráfico se confundirá con el arte, sin posible diferenciación. Cierto es que la tipografía, una de sus vertientes, tiene un origen mucho más antiguo, pero su mención viene al caso como antecedente, pues nunca el impresor se atribuyó las cualidades profesionales que el moderno diseñador gráfico viene apropiándose en época reciente.

La propia actividad en que se centra el diseño es sistemática, de forma que su proceso requiere un orden preciso para llegar a una conclusión satisfactoria. Por lo común, la línea de trabajo parte del abocetado, momento de selección y descarte, en busca de la idea, fijada finalmente por medio de trazos imperfectos.
Una vez elegido el boceto más satisfactorio, ese trazado menos detallado pasa a manos de un dibujante, que lo completa hasta presentar el layout, muy próximo al diseño que saldrá al mercado. Cuando la idea se plasma con toda su complejidad, tal cual ha de llegar al público, hablamos del arte final, es decir, el diseño que se utilizará como modelo para la posterior reproducción en serie.

En el mundo editorial, se precisa además una prueba de impresión, dado que el diseño ha de mostrar su viabilidad en su paso por la maquinaria requerida. Suelen por ello revisarse los fotolitos y demás soportes gráficos a partir de los cuales podrá conseguirse la edición.

El diseño tiene una orientación estética indudable, pero ligada en todo momento a una funcionalidad. Si tomamos por referencia la conocida frase de Oscar Wilde, “Todo arte es completamente inútil”, podríamos llegar a la conclusión, un tanto simplista, de que el diseño gráfico es el arte útil, de forma que una ilustración de diseño sería un cuadro, pero además una portada o un cartel.

El diseño responde siempre a una necesidad previa, es fruto del encargo y su máxima adecuación tiene un sentido mucho menos evanescente que el atribuido a la pintura de autor.
He mencionado previamente que los diseñadores, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pueden discernir en mayor medida los límites de su disciplina, dedicada a dar forma visual a ideas y conceptos, pero siempre con una finalidad comercial.

Sin embargo, hasta 1922 no existe como tal el término diseño gráfico, debido a William Addison Dwiggins, quien acuña esta expresión para englobar todas las actividades que, con el paso del tiempo, irán relacionándose con la nueva profesión: tipografía, ilustración, portadismo, maquetación, señaléctica, fotografía comercial, cómic, infografía, dibujos animados, cartelismo, etc.

Cuando el diseño va encaminado a elaborar productos tridimensionales o construcciones con una utilidad determinada, hablaremos de diseño industrial, si bien los límites de éste con el diseño gráfico entran dentro del discurso interpretativo.

De todo lo dicho se deduce que el diseño es, ante todo, una figuración, íntimamente vinculada a un concepto abstracto de lo real. No entra en nuestras intenciones el valorar aquí su costado estético, tan extenso como sinuoso, pero coincido con Gillo Dorfles en que “uno de los recursos capaces de liberarnos del atolladero de una pérdida de contacto entre objeto (artificial, creado por la máquina, o por el hombre) y la naturaleza, es introducir el elemento estético dentro de los diversos canales comunicativos, haciendo que a través de los medios de comunicación de masas, a través de las más diversas señalécticas que el hombre utiliza, sea difundida esa cualidad estética cuya necesidad el hombre ha advertido siempre.”

Un frutero de plata creado por el modernista inglés Charles Robert Ashbee en 1902 y una portada creada por diseñador español Daniel Gil en los años setenta comparten, en sus disyunciones y divergencias, ese componente sutil del cual habla Dorfles. Porque la creación, siempre subjetiva, es la base ambiciosa y preeminente sobre la cual se edifica todo el diseño que ilumina y distingue nuestro entorno.

Todo ello determina la presencia del diseño en todos los márgenes de la civilización moderna, empezando por esa rúbrica manuscrita que nos distingue a efectos burocráticos: la firma.

Con un panorama de actividades tan abundante, el dominio abarcado por los diseñadores orienta las modas y abriga la pretensión de abarcar la realidad por medio de imágenes. El fin del milenio, caracterizado por un devenir inagotable de planteamientos estéticos, no puede ser sino el tiempo en el cual el diseño se vuelve una pasión colectiva.

Realmente, creo que es lo que me gusta y estoy muy contenta con esta decisión que tomé:)



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